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martes, 8 de diciembre de 2009

Quiénes somos? Toda juventud protagoniza un choque generacional

Posted on 16:10 by Jorge


Jorge Santiago Miranda, el sujeto de análisis, observa a los modernos Emos, Floggers y demás emergencias de la cultura urbana y sencillamente no los comprende, le parecen apáticos, sumidos en constantes imbecilidades e incapaces de preocuparse por algo más trascendente que su propio ombligo. Sin embargo, como Jorge Santiago Miranda aún no ha llegado a la cúspide de su madurez, aún la falta de memoria no es un problema tan acuciante y recuerda que su propia generación era observada como apática, sumida en constante imbecilidades e incapaz de atender a algo más trascendente que su propio ombligo. Razona un poco e intenta explicarse los por qué de tales pareceres que incansablemente se repiten.
La juventud en sí misma representa un choque generacional. ¿Desde cuándo? Desde siempre, con peligro en caer en una suerte de darwinismo social, se podría decir que es una conducta instintiva y residual de nuestro pasado salvaje. Así como en las manadas, y estas explicaciones “animalógicas” siempre han gustado a Jorge Santiago Miranda, el macho joven se enfrenta con el macho dominante, en la sociedad humana sucede otro tanto, sólo que atravesado por las intermediaciones culturales de que hemos sabido dotarnos. El enfrentamiento brutal por el dominio de la manada es trastocado en choque generacional, donde la potencia emergente, la juventud, busca desbancar a la potencia que ha entrado en decadencia por el simple paso de los años, nosotros, los adultos. Bien… Igual que entre los animales en estado salvaje, en la sociedad humana la suerte del macho bisoño que intenta desafiar al macho dominante es siempre trágica y la suerte sólo puede cambiar si el macho dominante estuviera total y absolutamente decrépito. En el choque generacional, la juventud siempre resultará perdidosa y sólo en circunstancias excepcionales lograra la victoria, veamos que durante el siglo XX apenas si podemos encontrar el ejemplo de juventudes victoriosas en la Revolución Cubana o en el movimiento de los Jóvenes Turcos. Sin embargo, lo habitual, es que ha este brutal enfrentamiento a todo o nada entre machos bisoños y machos ancianos, se de una suerte de destrucción mutua que es aprovechada por otros de edad intermedia.
Pero bueno, volviendo al tema, la juventud es en sí un estado de choque generacional, lo cual no implica necesariamente una “rebeldía” juvenil como muchas veces se intenta exponer, sino que es un estado de constante inconformismo ante la estructura social heredada, si esto llega al carácter de “rebeldía” es otro cantar y las más de las veces nos encontramos con cuadros de apatía que no implican necesariamente una dejadez, sino que puede ser una apatía hiperactiva y manifiestamente violenta como la expresada por el movimiento punk en Gran Bretaña durante los años 70, o, siguiendo el razonamiento de nuestro sujeto de análisis, como fuimos en esencia quienes protagonizamos los años noventa en nuestro país.
Así como la incomprensión mutua entre jóvenes y adultos desemboca en choque generacional esto conlleva a una situación violenta, ya sea una violencia maximalista u otra mucho más sutil como parecieran deslizar los modernos Emos, una violencia de carácter nostálgico y autoinfligida, pero en el choque generacional hay siempre una naturaleza violenta que sólo cambia, generación tras generación y choque tras choque, en su direccionalidad e intensidad.
Desde la juventud, ya que el sujeto de análisis no ha llegado a la suficiente adultez como para comprender a los otros de esta ecuación, la violencia pasa por que se los fuerza a adecuarse a un mundo incomprensible fundado en un pasado que en su caso no alcanza más que una ínfima inmediatez y en la perspectiva de un futuro que se les antoja inabarcable e incompresible. La juventud es permanentemente violentada y ante ello reacciona instintivamente con violencia. ¿Violencia direccionada? Excepcionalmente, lo habitual es que la violencia surja como consecuencia de su caótica asimilación al mundo que les he impuesto violentamente, es decir, responde con un estado de violencia tan caótico y anárquico como es su eterno presente vital.
La violencia juvenil puede ir dirigida hacia lo que le es “ajeno”, todo lo que no es parte de su grupo identitario, y esa ajenidad pueden ser los adultos, pueden ser otros jóvenes, todo el conjunto de la sociedad o, incluso, ellos mismos que confrontan en una dualidad entre un “querer ser” y un “deber ser” permanentemente enemistados.
La juventud, preliminarmente, se caracteriza por protagonizar un choque generacional de carácter violento e imbuido en una concepción heroica de sí misma. Tal característica sólo puede llevar a la “muerte de la juventud”, las más de las veces con un sentido simbólico, aunque en varias ocasiones haya tenido un correlato espantosamente material como en los años 70. Como sea, el joven no crece, muere, se extingue lánguida o dramáticamente, dependerá de las circunstancias históricas concretas, y su lugar es ocupado por un ser diferente, el adulto, que guarda hacia el joven no otra relación que el peregrino sentimiento de nostalgia que guardamos hacia los muertos, una visión de aquel que ya no está, distorsionada, quizás idealizada, pero necesariamente funcionalizada a nuestros actuales y urgentes intereses.

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