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sábado, 17 de octubre de 2009

Historia y mitificaciones

Posted on 8:06 by Jorge

Argentina no tiene historia, carece de ella y en su lugar se ha planteado una serie compleja de mitificaciones. Si decimos que nuestro país no tiene historia es porque no podemos hallar ni un solo trabajo historiográfico, sino que los trabajos en tal sentido no han sido otra cosa que justificaciones políticas del presente que buscan su asidero en hechos históricos. Desde Mitre en adelante, la historiografía nacional sufre este vicio ideologizante que pone por delante del dato concreto a la interpretación de este, lo cual, invariablemente, se torna en falsificación.
Ni tan siquiera quienes advirtieron esta maniobra mitrista lograron establecer una historiografía seria que pudiera ser interpretada y no exactamente al revés. Hombres de la talla de José María Rosa, Juan José Hernández Arregui, Rodolfo Puigróss, Arturo Jauretche o Jorge Abelardo Ramos no logran escapar al hecho de que la denuncia de la historia mitrista era en sí una lucha política, y, en consecuencia, su obra, fundamental para establecer un historiografía argentina propiamente dicha, no logra superar la corta categoría del ensayo histórico. Quizás sólo la inmensa figura de Raúl Scalabrini Ortiz con su obsesiva y minuciosa precisión logra separar la tarea historiográfica propiamente dicha de la interpretación política, siempre presente, de los datos.
Sin embargo, la mayoría de nuestros “historiadores” han procedido de manera tal que el dato, concreto y científico, es distorsionado, infravalorado o, por el contrario, sobrevaluado como sucede con nuestros contemporáneas que buscan edificar una historiografía de lo cotidiano.
¿Entonces sólo deberíamos entender la historia como una sucesión de datos empíricos? No, la ciencia no es ni por un momento algo de carácter puramente objetivo, contrariamente es intrínsecamente subjetiva en todos sus órdenes. El dato debe de ser, fatalmente, observado para que podamos dar cuenta de él, y, la observación, o no, es un hecho que depende irreversiblemente de las condiciones subjetivas del observador. El dato puede ser percibido o no según las propias condiciones subjetivas del observador, e, incluso, una vez percibido, la percepción concreta del dato es necesariamente infiel, pues el observador asimila la realidad no como sí misma sino que a través de herramientas culturales predeterminadas. Esta subjetividad, inconsciente, del observador determina la imposibilidad de los postulados positivistas de Comte pero no permite, ni por un momento, la subjetividad conciente y materialmente intencionada como sustituto de la cientificidad.
La historiografía necesariamente debe fundarse en el dato, asumiendo como error metodológico, tal lo asumen las ciencias exactas, la necesaria distorsión y subjetividad producida en el momento de la observación. Sin embargo, el dato por sí solo no basta, como en las matemáticas no basta la ecuación por sí misma, sino que dichas ecuaciones toman sentido en el marco de un teorema que revierte el dato extraído a la realidad material concreta. El lugar de los teoremas, en la historiografía, es ocupado por la categoría de “procesos históricos”, es decir, la historiografía surge de articular en un proceso histórico la interminable sucesión de datos empíricos que recabamos.
Empero, nuestra historiografía ha optado por el camino inverso, ha establecido el proceso histórico y luego ha ajustado a él los datos empíricos, desechando algunos y distorsionando otros. Es conocida una anécdota donde Mitre incineran un ejemplar del “Plan de Operaciones” por contradecir la figura de Moreno que idealiza en su obra, sin embargo, vemos como José María Rosa (ROSA, José María; “El revisionismo responde”; Capítulo XIV: El Chacho, los unitarios y la Coalición del Norte) interpreta la actuación de Ángel Vicente Peñaloza junto a la Coalición del Norte en 1840-41 como una suerte de “obediencia debida” a su jefe político Tomás Brizuela. De un plumazo, Rosa, sirviendo a sus intereses políticos presentes, falsifica el dato empírico, niega que en tal actitud hubiera una convicción de Peñaloza, lo empuja, utilizando términos jauretcheanos, a la categoría de zonzo. Y, si seguimos este hilamiento, el Chacho será zonzo en Caseros y repentinamente se iluminará tras Pavón. Quisieramos decir que el zonzo es Rosa, pero no es ningún zonzo, es un falsificador tan consumado como Mitre, distorsionando alegremente un dato y desechando a plena conciencia muchos más. Se “olvida” Rosa de la profundización de las diferencias con Juan Manuel de Rosas, con los diversos federales del Interior (Quiroga, López, etc.), la probada convicción del Chacho de la participación de Rosas en la muerte de Quiroga, y, por sobre todo, que el Chacho se arrepintió tanto de su actuación en la Coalición del Norte que intentó la invasión en 1841 y, por si fuera poco, su destacadísimo papel como jefe del Ejército Grande que derrocó a Rosas. Con estas líneas el más importante ensayista histórico contemporáneo se transforma en poco más que un párvulo publicista de muy baja categoría, es decir, ni más ni menos que un Mitre.
Argentina no tiene historia, decíamos, y, sin ella, tampoco tiene futuro.


Jorge Santiago Miranda Sanger