miércoles, 5 de julio de 2017
...Un mundo mejor
Quizás es tan sólo que hace veinte años esperaba un mundo mejor, no
eran sueños siquiera, sino la cotidianeidad misma con que en cada lugar
dónde nos reuníamos coetáneos parecía cesar la extrema violencia y
crueldad del mundo en que los hijos del Fin de la Historia crecíamos.
Ninguna aspiración utópica, la mera expectativa razonable de que cuando
rondásemos los cuarenta seguiríamos actuando de acuerdo a aquellos
valores de nuestros veinte… No, no había nada ilusorio en ello.
Sin
embargo, el mundo de hoy es tanto o más cruel y violento que aquel,
pródigo en crispaciones y desigualdades pero esencialmente una
hipocresía que no quiere explicarse como de aquellos nos convertimos en
estos. Sí, tengo múltiples herramientas teóricas para argumentar sobre
el capitalismo posmoderno y los aparatos de dominación cultural, pero
eso no borra que la persona que encuentro en casi cualquier lugar de
responsabilidad de esta sociedad inclemente resulta otro cuarentón con
el que supe compartir conversaciones, alguna cerveza e idénticas
aspiraciones de algo muy concreto que construíamos en nuestra
cotidianeidad frente al mundo de los “viejos”. No parecían necesarias
grandes revoluciones, apenas si bastaba con “ser” y cambiar el mundo era
apenas un hecho biológico que reforzábamos hacia el futuro cada vez que
el hermano más joven de alguno se sumaba a la ronda de cervezas que
montábamos en la esquina del kiosco de nuestra preferencia. Un puro
hecho biológico, tan sólo bastaba con “ser” y trasmitir ese “ser” mano
en mano a los más jóvenes… No funcionó.
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